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Introducción a los Padres de la Iglesia (II)

Febrero 9, 2021

Queridos amigos:

Laudetur Iesus Christus!

 En el anterior artículo hemos subrayado uno de los aspectos que muestran la grandeza de los Padres: ellos son testigos y garantes de la auténtica “Tradición católica” (término cuyo sentido hemos tratado de aclarar), y por eso su autoridad en las cuestiones teológicas ha sido, es y será siempre un punto fundamental de referencia para la Iglesia.

En el curso de su historia, la Iglesia no se ha cansado nunca de cumplir fielmente el mandato del Señor de ir a hacer discípulos a todos los pueblos, “enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 20). Tal mandato se realiza con el esfuerzo hecho, a la luz del Espíritu Santo, para aclarar y defender las verdades (“todo  lo que yo os he mandado”) que Cristo (Camino, Verdad y Vida) le ha confiado a fin de que, viviéndolas y enseñándolas, las conservara. Los Padres, en este delicado compromiso de la Iglesia de guardar el depósito de la fe, han representado siempre un punto básico de referencia.

El Magisterio de la Iglesia, cuando ha sido necesario iluminar o profundizar una verdad de fe o denunciar las desviaciones de determinadas corrientes de pensamiento, ha apelado siempre a ellos, a los Padres, como a garantes de la verdad.

Me importa insistir sobre lo que acabo de afirmar, aclarando que los dos aspectos presentados, es decir la iluminación o profundización de la verdad y su defensa, son dos caras de la misma moneda que se aclaran recíprocamente. En el curso de su historia, siempre la Iglesia ha tenido que hacer frente a detractores que han querido detenerse críticamente sólo sobre el segundo aspecto, apuntando el dedo acusador exclusivamente hacia su esfuerzo inquisitorial. Esta actitud crítica oscurece el hecho de que la defensa es una automática consecuencia (repito: consecuencia) de la maravillosa dinámica evolutiva de la Verdad que, en cuanto tal, se impone como la luz del sol, precisamente por su ser eternamente verdadera, sobreviviendo a las modas nebulosas y a las interpretaciones arbitrarias.

En el análisis del desarrollo histórico del dogma –esto es, de cómo las verdades que constituyen la columna dorsal de nuestra fe son cada vez mejor conocidas-, siempre es importante saber distinguir los métodos usados (hijos del tiempo y condicionados por diferentes factores, muchos de los cuales desconocemos) de las verdades que están en juego.

En este delicado compromiso el Magisterio de la Iglesia ha hallado siempre un válido apoyo en la doctrina y el testimonio de vida de los Padres.

Podemos entonces decir que los Padres representan la voz autorizada de la Iglesia, porque "por obra de estos plantadores, regadores, pastores, sustentadores, la Santa Iglesia ha crecido después de los Apóstoles" (San Agustín. Contra Iulianum, II 10,37). Los Padres nos enseñan cómo crecer en el conocimiento de la fe: "Han enseñado a la Iglesia lo que a su vez han aprendido en ella" (San Agustín. Contra Iulianum opus imperfectum, I,117), de manera tal que cuanto aprendieron, lo enseñaron; lo que de sus padres recibieron, lo trasmitieron a sus hijos, pero siempre basados en la Escritura y no en filosofías humanas.

Aclarado este importante aspecto, nos preguntamos ahora cuáles son los límites cronológicos del período patrístico.

Se reconoce generalmente que la época de los Padres se extiende desde el siglo I hasta el VIII, tomando como límites -para el Occidente- San Gregorio Magno († 604) y San Isidoro de Sevilla († 636), y -para el Oriente- San Juan Damasceno († 749).

San Vicente di Leríns, siguiendo a San Agustín, desarrolló los criterios necesarios para poder atribuir el título de Padre de la Iglesia.

Melchor Cano (De locis theologicis, 1563) afirma que la Iglesia reconoce como Padre al escritor “de aquel tiempo (antiguo)” que haya perseverado en la doctrina ortodoxa y posea la fama de santidad de vida.

Podemos entonces identificar las 4 notas que caracterizan a un Padre de la Iglesia:

+ Ortodoxia: una comunión de doctrina con la Iglesia, al menos globalmente.

+ Santidad de vida: una vida conforme al Evangelio y un testimonio de vida coherente con la enseñanza.

+ Aprobación de la Iglesia: una aprobación no necesariamente formal, sino tal que se manifieste al menos -por ejemplo- en las citaciones, aun indirectas, y en las alusiones al pensamiento del autor por parte del Magisterio de la Iglesia.

+ Antigüedad: que se remonta, como se ha dicho, al período que va desde el siglo  I al siglo VIII.

Desde el tiempo del Papa Bonifacio VIII (+1298), se identifica a San Gregorio Magno, San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín como a los grandes Padres de la Iglesia de Occidente; y a San Atanasio, San Basilio, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo como a los grandes Padres de la Iglesia de Oriente.

Desde el próximo artículo comenzaremos a conocerlos uno por uno.