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Elogio del Silencio (I)

JUL 1, 2022

P. Álvaro de María, msp (español)

Cuando estaba tratando de discernir el contenido de este artículo, barajando la posibilidad de entre varios temas, por esas pequeñas y curiosas pero significativas –porque providenciales- “coincidencias” con que a veces nos sorprende la vida, me topé con un artículo de una publicación digital laica (que promueve los valores de la familia) que me llamó poderosamente la atención y me decantó en mi elección. El artículo subrayaba la importancia de educar en el silencio. Reproduzco parte de su contenido:

“Los que estamos dedicados a la docencia apreciamos que en la educación de nuestros jóvenes falta un ingrediente fundamental: el silencio. Si vemos a un grupo de jóvenes en silencio, indefectiblemente están mirando la pantalla del móvil. Incluso en cursos superiores, el móvil impide el silencio mental, la concentración, el recogimiento, el estudio profundo. (…) Si entramos en las familias, sólo hay silencio ante una pantalla, bien sea de televisión, de ordenador o el móvil. ¿Cuántos chicos son aficionados a la lectura y los vemos leyendo un libro en silencio? Pocos, muy pocos. Sin el silencio no hay pensamiento propio, no hay análisis, no hay crítica, no hay concentración, no hay reflexión.

Sin lo anterior, no hay criterio; y, sin criterio, nuestros jóvenes son marionetas en manos de titiriteros que no les valoran por lo que son, sino por lo que representan: votos. Lo sabemos, pero no hacemos nada o hacemos muy poco. Y esa educación debe empezar en la familia. Necesitamos transmitir a nuestros hijos el valor del silencio, el trabajar sin ruido, sin ruido auditivo y sin “ruido” visual. Sabemos que es ir contracorriente, es cierto, pero (…) es perfectamente posible comer o cenar en familia sin el móvil delante. Es perfectamente posible educar a nuestros hijos en el estudio sin el móvil. El problema será si somos nosotros capaces de educar con el ejemplo. Educar con el ejemplo no es una forma de educar, es la única forma de educar”

Indefectiblemente es un efecto en cadena: es señal de persona sana (psíquica, espiritual y moralmente hablando) el tener capacidad de silencio (interior y exterior); y este equilibrio se aprende (como casi todo en nuestra vida) ya en la familia (luego la persona no tendrá sino ir afianzando lo adquirido); y ahí en la familia (el primer y fundamental núcleo social y eclesial) es esencial educar en este particular valor del silencio. No el silencio entendido negativamente como carencia o ausencia, sino positivamente como la condición ambiental más adecuada para la escucha y el posterior diálogo. Y, si estamos habituados a ese sano silencio en las relaciones personales, tendremos la mejor preparación para vivir la otra Relación Personal (con mayúscula), aquella con Dios.

Personalmente me sorprende, y a veces me asusta (hasta llegar también en ocasiones a escandalizarme) la incapacidad de algunas personas de estar en silencio. Por una parte, siento el peligro de perder yo mismo la paz cuando irremediablemente tengo que ser partícipe de músicas ruidosas o conversaciones a elevado volumen de voz; por otra parte, tengo lástima de las personas inmersas en ellas, no por altanera compasión, sino por la pena que siento viendo el tesoro del que se están privando. Pero, ¿cómo hacer comprender a una persona que esa capacidad de silencio es realmente una increíble riqueza si no ha sido educada en ello?

Recuerdo que, hace años, una persona nos visitó en nuestra Casa de Formación en Ajofrín y, tras un rato, me confesó que se sentía nerviosa.  ¿El motivo?: ¡demasiado silencio! Estaba habituada al ruido, a la música de altos decibeles…, y el silencio le llevaba necesariamente a tener que pensar, a tener que enfrentarse a sus “fantasmas” y a las preguntas que siempre había tratado de esquivar, distrayéndose y taponándolas con todo tipo de ruidos.

Aquello me hizo reflexionar; y decidí poner, sobre una puerta de acceso del pasillo a la capilla, un cartel -hecho en cerámica- que decía:“Escucha el silencio”. También, ya desde hace tiempo, el P. Giovanni mandó hacer en nuestro taller de carpintería en la Ciudad de los Muchachos en Andahuaylillas unos bonitos carteles de madera -que luego se distribuyeron en diversos rincones de nuestras casas- con diversas alusiones al silencio para hacernos recordar continuamente la riqueza de este don: “Ama el Silencio y encontrarás la Paz”, “El Silencio, llave del Corazón de Cristo”…

Y es que el silencio no es simplemente una ausencia de ruidos. Es la condición ambiental idónea en que Dios se comunica. Dios habla en el silencio; y, si no se busca este silencio, corremos el peligro de estar privándonos de encontrarnos con Él. Me gusta esa preciosa expresión de San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual, explicando la relación del alma con Dios: “la soledad sonora”. Paradójica expresión, pues, aunque parezca soledad física, es presencia del Todopoderoso; y, aunque ésta se da en el silencio, es sonora por percibirse ahí su voz.

Pidamos el don del silencio, y colaboremos en ello, no solo buscando el silencio con actos puntuales concretos, sino también interiorizando una actitud silenciosa constante.

Sin embargo, ¡cuidado! Hay silencios y silencios… Pero de esto hablaremos ya próximamente, en la segunda parte de este artículo.